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das Mystische 2.1

A GARROTAZOS

En ocasiones, me da completamente igual en qué términos se plantea la pregunta. Que se nos diga, por ejemplo: ¿qué es el arte?, o que se transforme la pregunta, como hizo el filósofo Nelson Goodman, y se nos formule, apelando quizás al misterio del tiempo: ¿cuándo es el arte?

A veces, las necesidades son otras, bien distintas, y de nada sirve ya la ayuda de la Estética o de la Filosofía que intenta aclarar las cuestiones derivadas de la Estética. Entonces, en estos casos, cuando de nada sirve la teoría, suelo recurrir con urgencia a aquella frase excelente que Dean Jokanovic Toumin dejó escrita para la exposición La belleza del fracaso/El fracaso de la belleza, comisariada por Harald Szeemann con motivo del Fórum 2004, aquella frase con la que el artista de Sarajevo daba respuesta, de manera convincente, al poder seductor de estas preguntas. “Si queréis saber dónde está el infierno –dejó escrito Dean Jokanovic- preguntad al artista. Si no encontráis al artista es que ya estáis en el infierno”.

Toumin depositó este mensaje en el interior luminoso de una botella moderna, a escasos centímetros de nuestra isla, y en el interior del cuerpo artístico de una caja de luz que anticipaba, a su manera, la intuición artística de uno de nuestros mejores sociólogos: “la patria es el lenguaje –confirma ahora Vicente Verdú-, pero más desesperadamente: la patria es la luz local”. A Verdú le ataca con fuerza el virus de la poesía, certeramente, acertadamente, y al observar las infinitas luces que nos rodean cree encontrar en ellas la característica esencial de nuestro medio ambiente: “todo mundo –asegura- se plasma como un cuadro y su dolor o su belleza penetra, incluso sin figuras ni aderezos, por el impulso de su luz”. El lenguaje, en cambio, no consigue que los habitantes del mundo hablen el mismo idioma; los seres humanos no se entienden, o se entienden a medias, pero la luz manifiesta la verdadera patria común a todos ellos.

Como una ilustración eterna de la historia de España, Duelo a garrotazos, de Francisco de Goya y Lucientes, ejemplifica esa luz que ilumina a los protagonistas irracionales de una pesadilla; las pesadillas no son exclusivas de esta parte del planeta, de acuerdo, pero este tipo de iluminación, exquisita, ha hecho de nosotros verdaderos especialistas en la materia. ¿Puede la luz, por tanto, siguiendo este criterio colorista, ser negra, aproximadamente negra?

“Hay algo más que me parece importante –recordaba hace poco E. L. Doctorow, escritor norteamericano autor de La gran marcha-, y es que el efecto de las guerras civiles, a diferencia de otro tipo de guerras, persiste a lo largo de muchas generaciones. Las guerras civiles no se olvidan fácilmente, tal vez nunca”.

Cuando Pablo Méndez Gallo, también Sociólogo y Doctor en Filosofía, pregunta si el actual estado de crispación responde a una estrategia más o menos estructurada de los dos partidos mayoritarios (“objetos con masa” los denomina Méndez Gallo, siguiendo la pista de la física newtoniana) para captar y mantener la atención de un público necesitado de sensaciones fuertes y así evitar el zapping político, la luz natural parece cambiar repentinamente de sentido, pero son muy pocos los que, a raíz de este nervioso interrogante, se dan por aludidos. De ser la bronca como la pinta Méndez Gallo, la discusión podría encuadrarse dentro de límites lógicos, seguros y privados; pero si observamos con detenimiento el desaguisado, enseguida nos ataca una nueva batería de preguntas. Por ejemplo: ¿cuántas porciones de oscuridad, crispación, fuera de los límites, podemos soportar entre nosotros, descerebrados? Y ésta otra: ¿es la crispación tan antigua, contagiosa, hereditaria?

Donde termina la luz, cautiva y desarmada, también se acaba la posibilidad necesaria de una respuesta. Apenas si se aprecian los matices, clausurados, y no sobrevive el mundo, la representación, el cuadro.

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